Mi monstruo no existe

Mi monstruo tiene nombre, mil ojos, docenas de piernas.
Es común, es único e irrepetible.
Cuando grita, los volcanes empiezan proceso eruptivo, los perros convulsionan y los insectos se esconden en los más profundos escondrijos.

Mi monstruo está desde que tengo memoria.
A veces es dulce y protector, pero otras veces no.
Otras veces…no.

Mi monstruo me tiene encerrado en una celda de rieles de tren,
cautiverio de por vida ante la no corroción del material que me rodea.
Sus ojos parecerían tener el poder de Medusa pero la paraplejía te dura solo
momentos, no así la indefensión. El perpetuo eco de la decepción es su voz,
la pesada cruz de los evangelistas es su peso en bruto.

El monstruo vive conmigo.
A pesar de que quiero desahacerme de él, nunca puedo hacerlo. Está pegado a mí con sangre espesa.  Es parte de mí.
Soy su heredero, su proyección, su posesión.

Hoy, en tu nombre tristeza, he clavado mis ojos en un único punto azul, una lágrima se ha escapado por no parpadear.
Mi monstruo la olió, la seguió, la bebió.
Se ha tranquilizado. Respiro aliviado pero
siempre con alma ansiosa y sentidos alertas,
siempre con exacerbado miedo,
siempre con una única esperanza prendida.

Un día me iré con mi monstruo y, este, se convertirá en mariposa.

Algún día.